Iñigo Crespo Beloki
Desde hace tiempo, un peculiar sonido me despierta cada mañana y me sumerge en un profundo letargo hasta el mediodía. Se trata del característico y desagradable graznido de las palomas.
Al parecer, estas aves, demasiado comunes por desgracia, anidan en el tejado colindante al mío. Al asomarse a la ventana, pueden adivinarse decenas de ellas amontonadas en un espacio minúsculo, por lo que sus excursiones a las ventanas vecinas están a la orden del día.
Y es que no es el amanecer soñado por nadie. El vibrante sonido que emiten estas ratas aladas cuando se comunican y el crepitar de sus alas cuando se intenta espantarlas con un golpe en la ventana.
Dudo que una plaga de este tipo beneficiea nadie, pues no es el más prestigioso de los animales urbanos, precisamente. De hecho, es bien sabido que las plagas no favorecen en nada al ecosistema, por lo que el ayuntamiento de Bilbao debería ponerse manos a la obra.
Desde hace tiempo, un peculiar sonido me despierta cada mañana y me sumerge en un profundo letargo hasta el mediodía. Se trata del característico y desagradable graznido de las palomas.
Al parecer, estas aves, demasiado comunes por desgracia, anidan en el tejado colindante al mío. Al asomarse a la ventana, pueden adivinarse decenas de ellas amontonadas en un espacio minúsculo, por lo que sus excursiones a las ventanas vecinas están a la orden del día.
Y es que no es el amanecer soñado por nadie. El vibrante sonido que emiten estas ratas aladas cuando se comunican y el crepitar de sus alas cuando se intenta espantarlas con un golpe en la ventana.
Dudo que una plaga de este tipo beneficiea nadie, pues no es el más prestigioso de los animales urbanos, precisamente. De hecho, es bien sabido que las plagas no favorecen en nada al ecosistema, por lo que el ayuntamiento de Bilbao debería ponerse manos a la obra.
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