Ya he podido comprobar que no soy la única a la que amenizan mañanas y tardes los vals del obrero. Cada día me levanto con un musical nuevo, el lunes, “Chicago” a golpe de mazo, los martes, “Cats” con dulces sirenas... pero el sábado es el mejor, a las 7a.m, mientras mis manos buscan los tapones en el cajón de la mesita, es cuando mis oidos disfrutan del inédito musical de las taladradoras picapiedras.
Ya me estaba resignando a despertar con el suave murmullo de los motores de las excavadoras, pero eso no era suficiente, sino que ahora también me veo obligada a disfrutar de un generador encendido toda la noche (en la zona más cercana a mi edificio, no cabía duda), para iluminar bien mi ventana con unos focos de lo más relajantes. Por supuesto allí no queda nadie, salvo el guarda de seguridad que bien podía usar una linterna, teniendo en cuenta que aun no le he visto salir de su caseta.
A esto le sumamos los temblores matinales, que te dan una pequeña sacudida, no vaya a ser que aún estuvieras durmiendo. También estan las geniales visitas a tu habitación de un grupo de “expertos” que desean examinar las grietas que se están formando en tus paredes y de paso, todas tus cosas. Un cóctel de ingredientes perfectos para un ataque de nervios.
Cada día es más divertido formar parte de las obras del metro de Bilbao. El otro día las taladradoras trabajaron hasta las 23:30, con la consecuente llamada a las autoridades que me premiaron con el último estreno, una policiaca.
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