domingo, 27 de junio de 2010

...Volver...

Ana García Echevarría
Echar la vista atrás, cerrar los ojos y volver a dónde un día te llevaron de la mano. Mis vacaciones en familia fueron siempre del norte. Aquel pueblo pesquero olía diferente. Nuestros días de costa y calabobos tenían un algo que aún soy capaz de notar. He guardado muchos detalles de sus rincones y mantenido la promesa de volver. Hoy no mido lo que medía entonces. Entonces, mi cuerpo entraba en los cachivaches del tiovivo que han sustituido por una explanada para aparcamientos. La barandilla barroca del paseo había desaparecido. Ahora es una moderna estructura metalizada, de un material muy similar al de los bancos de la plaza central, antes de madera y considerablemente más acogedores. La taberna del pescador tenía una piscina de cigalas sin fondo que hoy me llegaba a la altura de la rodilla. En aquella villa marinera me compraron mi primer bañador, en una mercería que vendía ropa interior para mujercitas. La tienda había cerrado para dejarle la parcela a una sucursal bancaría de corte futurista. Toribio manejaba el cotarro del hostal de carretera, su mujer mandaba en las cocina, los hijos del matrimonio atendían a la clientela y sus nietas me llevaban después de cenar a jugar con sus trastos. Los veteranos sólo se pasan por el negocio familiar de visita porque toda responsabilidad laboral está ya en la segunda generación. Una de las nietas, que trabaja en un gabinete de abogados en Barcelona, había vuelto para la boda de su mejor amiga. ¿Cuánto queda de aquel esperado lugar? Posiblemente la esencia y el recuerdo. Todo cambia en evolución, pero sigo enamorada de la bohemia del antaño. Hay cambios por naturaleza evitables, pero los hay de error prescindible.

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