viernes, 11 de junio de 2010

Insolidaridad a 8000 metros

NATXO UGARTE BARAKALDO

El montañismo en el norte de España es más que un hobbie, más que un deporte. Es una cultura. Tradicionalmente, el pueblo vasco en particular y las regiones que comparten la cornisa cantábrica en general, han sufrido una fuerte atracción por el alpinismo y han engendrado a una gran camada de escaladores profesionales. Juanito Oiarzabal, Edurne Pasaban, Juanjo San Sebastián o Jorge Egocheaga son algunos de ellos. Esta adicción por las alturas se debe -según ellos- a la fraternidad y solidaridad que se mezclan en una situación límite donde la muerte forma parte del juego. Y la vida humana está tan expuesta a la benevolencia de la montaña, que raro es el alpinista profesional que no ha visto morir a algún compañero y que se ve obligado a abandonarlo en plena montaña por la imposibilidad de descender con él a cuestas. Es por ello que esta pasión por las montañas se convierte a menudo en un amor que mata.

Para hacernos una idea, a fecha de hoy, hay más de 40 cadáveres dealpinistas en los últimos 800 metros del Everest (y eso que la montaña más alta del planeta no es la más peligrosa). Muchos de estos escaladores perecidos forman parte de un macabro atrezzo de camino al Techo del Mundo, ya que se encuentran en la misma ruta de escalada por la que pasan los escaladores. Uno de los cadáveres más conocidos es "el saludador", a quien la muerte dejó un gesto de bienvenida (foto 1). Otro es el de la japonesa Shiroko Ota (foto 2), quien aún cuelga de la cuerda que debió ayudarle en el descenso. Y otro el de Peter Broadman, quien perdió la fuerzas en pleno descenso en 1982, y comunicó al Campamento Base que se quedaba "allí para siempre, disfrutando del paisaje". Tal y como le encontraron diez años después (foto 3). Esos cuerpos nadie los retira. La falta de oxígeno lo convierte en un verdadero problema, y pocos están dispuestos a asumir ese riesgo.


Uno de los casos más sonados fue el de David Sharp, quien se detuvo para tratar de reponerse. Sharp era ya otra figura más de este necrológico Belén, pero él no lo sabía. Hasta 40 alpinistas pasaron por su lado mientras agonizaba. El neozelandés Mark Inglis se acercó a ayudarle pero ya era tarde. Sharp había muerto por falta de oxígeno sin que ninguno de los muchos escaladores que pasaron a su lado moviera un dedo por ayudarle. Alguien que pasaba por allí grabó un vídeo, que pronto emitirá el Discovery Channel, en el que Sharp explica que se está muriendo. “Mi nombre es David Sharp –repite el muchacho– estoy subiendo con asiáticos y solo tengo ganas de dormir".
::VÍDEO::
HISTORIA DE LA MUERTE DE DAVD SHARP (INGLÉS)

La muerte de Sharp habría sido fácilmente evitable y ha conseguido sacar de sus casillas a los mejores alpinistas del mundo. Escaladores de la talla de Edmund Hillary critican duramente las expediciones comerciales que han tomado el campo base del Everest y "que sólo se preocupan de subir a sus clientes sin importarles si se dejan a alguien en el camino".Su cuerpo sigue allí arriba, junto a una roca a unos 8.000 metros de altura, justo en el límite de lo que se conoce como 'la zona de la muerte'.

El milagro de Lincoln Hall
Otro de los escándalos fue el fallecimiento virtual del australiano Lincoln Hall -El Muerto Viviente del Everest, como le bautizó la prensa inglesa-. Lincoln sufrió un ataque tras hollar la cima y afrontaba serias alucinaciones. Tras dos horas sin signos de vida, y en medio de una intensa tormenta que se desató, fue dado por muerto y abandonado a 8.700 metros por orden expresa del jefe de la expedición, que exigió a los sherpas retroceder al campo 3, ya que ellos mismos corrían serio peligro por falta de oxígeno y ceguera. Cuando llegaron al campamento se comunicaba a la prensa el fallecimiento de su compañero.
Sin embargo, a la mañana siguiente sucedió el milagro. Un equipo estadounidense liderado por Dan Mazur encontró con el cuerpo de Lincoln a 8.700. Estaba sentado, cabizbajo, con la piernas cruzadas, sin guantes, con el mono bajado hasta la cintura y el torso desnudo. No tenía ni gorro, ni gafas, ni mascara de oxigeno, ni botellas, ni saco de dormir, ni mantas, ni cantinplora de agua. Al llegar a su altura, Lincoln de repente levantó la cabeza y espetó “les sorprenderá verme por aquí”. Sin tiempo que perder, Mazur se comunicó con el Campo Base: "Lincoln ha sobrevivido a una noche al raso a 8.700 metros, sin oxígeno, sin agua, sin ropa de abrigo, y tiene un posible edema cerebral". Y ahí sí hubo reacción y surgió la solidaridad. Hall fue rescatado para contarle a su esposa que tenía "cuerda para rato".

Mazur tomó esta foto de Hall poco después de encontrarlo cerca de la cima. Alucinando, sonreía a pesar de estar al borde de perder todos los dedos de pies y manos.


De hecho, la impresionante resistencia de Hall deja sin respuesta una serie de cuestiones inquietantes. ¿Y si algunos de los fallecidos en el Everest no hubiesen muerto tan rápidamente como se pensó? ¿Y si algunos que fueron ignorados por otros a lo largo de estos años, no estaban del todo perdidos.

Lo que queda claro es que los ejemplos de solidaridad que dieron las expediciones de Tolo Calafat hace más de un mes, la de Iñaki Ochoa de Olza en 2008 y la de Atxo Apellaniz en 1994, están cada vez más fuera de moda.
::AUDIO::
HISTORIA DE LA MUERTE DE ATXO APELLANIZ
::VÍDEO::
HISTORIA DE LA MUERTE DE IÑAKI OCHOA DE OLZA



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