La Unión Europea (UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) aprobaron el pasado 2 de mayo un préstamo de 110.000 millones de euros para salvar a Grecia de su descalabro económico. Una reacción tardía pero necesaria que podría desembocar en uno de esos remedios que resultan más desastrosos que la propia enfermedad.
La medida recuerda al mítico e infame Dracón, antiguo legislador de Atenas, que procuraba leyes sanguinarias y escandalosamente rigurosas. El adelanto bilateral ofrecido a Grecia parece más un préstamo bancario que un rescate económico para un país hundido en la crisis financiera.
El país heleno precisaba de una gran ayuda de la comunidad internacional y habría aceptado cualquier ingreso fueran cuales fueran sus condiciones de devolución. Y así lo ha hecho. Ofrecer ese capital a un 5% de interés resulta menos que viable para ambas partes porque, en caso de que no puedan devolverlo, la crisis se acentuará.
Uno de los detonantes de la situación económica que padecemos es la falta de dinero en circulación y el miedo a la inversión. Si Grecia no es capaz de amortizar la deuda que ahora tendrá con la UE y el FMI, esos 110.000 millones de euros desaparecerán.
Si realmente se trata de la salvación de un país y una moneda, no habrían impuesto una medida tan draconiana para lograrlo.
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