Manda lo que sea que en pleno siglo XXI aún andemos con estas. Si es que somos de lo que no hay. Nos reímos de los que creen en apariciones marianas, tachamos de idiota al que cree en las propiedades curativas del agua de Lourdes y miramos con escepticismo como los domingueros se acercan cada domingo (no podía ser de otra forma) al Santuario de Urkiola a dar siete vueltas a la gran roca en busca de novia (o novio). Así somos nosotros, los reyes del racionalismo.
Con todo ello, se me hace aún más incomprensible ver que cada día son más los ilusos (¿o iluminados?) que lucen un redondel plateado adherido a un trocito de plástico en su muñeca. Las propiedades que se le atribuyen a esta milagrosa pulserita son impresionantes: que si aumenta el equilibrio, que si a Fulanito le alivia el dolor de la rodilla... Hay que admitir que el departamento de marketing del producto de marras se lo ha currado. Empezando por el nombre. Es innegable que palabras como "power" atraen un huevo (Homer Simpson incluso llegó a ponérselo de apellido). Y que cada actor televisivo de tres al cuarto luzca cada día ante todo el país la dosis de equilibrio extra que le aporta la pulserita esta, pues sí, también ayuda. Eso sí, el racionalismo y todo el rollito escéptico los dejamos aparcados en estos casos. ¿A quién le importa si tengo la misma pulsera que Paula Prendes?
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